Un componente de la ecuación en una relación exitosa es la comunicación. Y parte de nuestra creencia, tiene que ver con que comunicarnos es hablar, simplemente, decirle algo al otro.
Aunque en cierta medida comunicarnos tiene que ver con esto, pues tener la valentía de iniciar o sostener una conversación es parte del comunicarnos, el CÓMO lo hacemos es tal vez más importante, ya que comunicarnos o conversar implica el esfuerzo emocional de dejar al descubierto nuestros pensamientos y miedos para poder introducirnos en un intercambio de ideas donde podamos construir y aprender del otro.
Desde este contexto vale la pena entender que conversar no es solo una transmisión de información entre emisor y receptor, como muchas veces se da por hecho, sino una situación en la que involucramos emociones, interpretaciones, nuestra historia de vida, y además, en la que nuestra expresión corporal también habla, entre otras cosas. Conversar es una situación en la que estamos intercambiando y convirtiendo el uno al otro (conversar viene del latín conversari que significa “vivir” “dar vueltas en compañía”). Por eso, cuando explico lo que es conversar lo hago como un espacio en el que nos transformamos el uno al otro en la medida en la que vamos dando vueltas alrededor de nuestras ideas, palabras y expresiones emocionales para compartirnos y nutrirnos como seres humanos.
Aplicando esto a la forma como nos comunicamos día a día con nuestras parejas e hijos (aunque en las relaciones laborales se aplica exactamente igual) no sería muy difícil entender por qué tenemos tantas relaciones rotas, malentendidos, conversaciones pendientes y falta de comunicación.
Ahora bien, en la comunicación con nuestros hijos, hay un elemento adicional: nuestra actitud de padres. Ya que la mayoría de las veces, nos acercamos más a ellos para ser escuchados sin objeción, para que nos obedezcan , para darles indicaciones o para poner límites, pero con mucha menos frecuencia lo hacemos para tener un espacio de transformación mutua.
Una verdadera conversación, una conversación con sentido, debe ser un espacio en el que nos transformamos el uno al otro en la medida en la que vamos dando vueltas alrededor de nuestras ideas, palabras y expresiones emocionales para compartirnos y nutrirnos como seres humanos.
Si notamos la naturaleza corporal y emocional de los cuatro escenarios de las conversaciones que acabo de mencionar, las actitudes posibles en el padre son seriedad, certeza absoluta, tensión corporal, poca apertura, impaciencia, y en algunos casos amenaza y enojo. Y la interpretación emocional del niño o adolescente puede quedar en miedo a comunicarse, aburrimiento por no sentirse escuchado, y en los casos más difíciles, rebeldía, desobediencia, agresividad o depresión, cuando el niño está al tope de la acumulación de emociones sin ser tenido en cuenta.
Por eso las preguntas que siempre hago a los padres y que lo invito a hacerse son: ¿Si usted tuviera cualquiera de estas emociones, qué tan fácil sería para usted abrir una conversación o pedir ayuda?; ¿Lo ha dejado alguna de estas situaciones en la angustia de evitar la conversación o confrontar con fuerza cuando quiere abrir finalmente la conversación? Bien, si esto es así con usted como adulto, ¿por qué debería ser diferente para su hijo?
¿Qué necesitamos entonces para que la comunicación en nuestras familias y relaciones con nuestras parejas e hijos fluya, y ellos estén en la capacidad de abrir conversaciones, especialmente difíciles, sin temor o rebeldía?:
Alguna vez le pregunté a mí esposo por qué tenía una tía preferida y me respondió: porque ella me entendía, porque desde niño siempre me trató como a una persona.
Como usted quiera ser escuchado, escuche al otro, así estará siempre abierto a los demás y será más fácil conversar y lograr tener relaciones llenas de amor y respeto.
Especial para Great Place to Study
Por: Maribel González