Por más que quisiéramos creer que la frase “los hombres no lloran” no es más que un cliché del pasado, nos enfrentamos a que, por diversas razones en la mayoría de las culturas y los contextos sociales, sigue siendo el resumen de un precepto socioemocional que continúa transmitiéndose de generación en generación.
Esa “condición social” excluyente y anuladora de coartar la expresión de los sentimientos que se viene arrastrando por cientos de años en algunos casos se da de manera totalmente explícita, y en otros, se transmite con la misma fuerza sin siquiera nombrarlo. El hecho es que los niños, a diferencia de las niñas, desde que empiezan a identificar su rol social se ven sometidos a lidiar con sus emociones de una manera lejana, reprimida, algunas veces poco natural y por ende de una manera complicada.
Desde edades muy tiernas, el manejo que se le da al llanto de los niños es por lo general, muy distinto por parte de los adultos. Los niños se ven enfrentados a que las expectativas que hay en torno a su comportamiento emocional, donde se supone que deben ser más fuertes y resistentes no solo física sino emocionalmente, hace que en determinado momento empiecen a disfrazar sus emociones, a tratar de ahogarlas y en los casos más extremos a negarlas por completo. Situación altamente perjudicial, pues empieza a vivir la dualidad de sentir las emociones y no expresarlas.
Esa mutilación que se da a diversos niveles, lo único que genera es que los niños no logren integrar ni entender de manera completa todo el rango emociones que los acompañan, y que empiecen a encasillar ciertas emociones como negativas y símbolos de debilidad, como si este peso con el que deben cargar no fuera suficiente ese veto, no solo se lo imponen a las emociones asimiladas a la tristeza, sucede lo mismo cuando se trata de que comuniquen su alegría y su afecto. Mientras que una niña, puede gritar, saltar, llorar de alegría, el niño ya tiene codificado que eso no es lo que se espera de él, quien se supone debe tener un manejo más racional y distante de su parte emocional, exhibiendo siempre manejo de la situación; todo esto, sin mencionar el rango de expresiones tan limitadas que les otorgamos para expresar su afecto de manera corporal y gestual.
Esa presión social no es fácil para los niños, como tampoco lo es el empezar a darse cuenta de que sus comportamientos que antes eran aceptados de manera normal, sin represión alguna, ahora que empieza a ir al colegio, a ser parte de actividades deportivas y sociales, deben aprender a responder de la manera en que se supone lo deben hacer.
Otro de los aspectos difíciles para los niños, lo viven aquellos que no son deportistas por naturaleza y a quienes el contacto físico fuerte y la brusquedad no les atrae. Por lo general estos niños son de alguna manera dejados de lado, señalados y la gran mayoría de las veces pueden ser víctimas de burlas y discriminación.
Nuestros niños necesitan más roles masculinos que les muestren la masculinidad de una manera distinta, donde esta se desligue del poder y la supremacía a nivel físico. Modelos donde la masculinidad se pueda asumir de otras maneras más sutiles, pero igualmente importantes. Tener padres, tíos, profesores sensibles a ellos mismos y a los demás, donde se permitan expresar sus emociones, sus miedos, sus inseguridades, donde no se niegue la existencia de sentimientos y donde se entienda que estar en contacto con sus emociones, aceptarlas y vivirlas, no se contrapone con su esencia de masculinidad.
Todo lo contrario, hombres que se sientan tan cómodos y seguros consigo mismos, que pueden ir más allá de los roles impuestos y de los estereotipos, que pueden aceptarse en su pluralidad, que pueden romper el molde del macho alfa, líder fuerte, sobre protector, proveedor, y simplemente ser más completos y humanos.
Liberar a nuestros niños de ese estrés permanente que supone estar viviendo una dualidad entre lo que se siente y lo que se demuestra, nos va a llevar a tener hombres más plenos y felices, hombres que logren entender y vivir su mundo emocional, los cuales, al estar en una capacidad mayor, no solo de entenderse a sí mismos si no a quienes lo rodean.
Rompiendo estereotipos
Es evidente que comportamientos tan arraigados no se cambian de un día para otro, y menos aún, cuando siguen siendo compartidos y apoyados por ciertas culturas y grupos familiares. Sin embargo, en aras de ampliar los horizontes emocionales y mentales de las nuevas generaciones debemos empezar nosotros mismos a cambiar o al menos observar ciertas situaciones de nuestro diario vivir y decidir qué se puede hacer para ayudar a que nuestros niños no queden doblegados por el patrón del “machismo”.
La mejor opción sin duda alguna en enseñar con el ejemplo. Los niños ven más allá de las palabras, leen entrelíneas y son unos detectores infalibles de aquello que no es auténtico. Uno de los posibles caminos para iniciar un acercamiento a ese tema con los niños, es que los padres empiecen a acercarse a ellos a hablarles de sus emociones.
Cómo eran cuando niños o adolescentes, de qué no les gustaba, a qué cosas le tenían miedo, y compartir con ellos, cómo manejaron esas situaciones. Pueden hablarles de cómo existen otras opciones diferentes a esconder sus emociones. Cómo la valentía no es algo físico, cómo la fuerza es algo interno y el coraje nada tiene que ver con la apariencia.
La visión y el concepto que se ha manejado de la masculinidad han sido muy estrechos y enfocados en una sola dirección.
Naturalezas distintas
Otro aspecto muy importante que debemos conocer y considerar a la hora de ver cómo abarcamos el reto de ofrecerles a los niños un espacio que los invite a acercarse más a la expresión de sus emociones, es el hecho de que la naturaleza de los niños y niñas es distinta. Si exageramos la situación y nos imaginamos una caricatura que represente esto, a la niña habría que dibujarla inundada con palabras y textos de dialogo, y al niño habría que dibujarlo con una cremallera cerrada en la boca. Sin embargo, es necesario entender que estamos hablando de comportamientos generales, reconocibles, pero no todos los niños encajan en estos patrones, podemos ver niñas bastante introvertidas y niños muy expresivos, nos referimos, a un comportamiento más general de género.
Es por esto, que es muy importante saber cómo acercarnos y que esperar. Con las niñas la prueba de que algo les molesta es evidente: llorar, pueden gritar, adoptar una actitud más infantil, montar en cólera, etc., el hecho, es que el malestar sale, se sabe que sucede, y así todo venga cargado de un gran dramatismo lo importante es que exteriorizan lo que les sucede y eso ya nos sitúa en una posición ventajosa para ofrecer nuestra ayuda pues sabemos qué es lo que hay detrás.
Con los niños es distinto y el hecho de que no exterioricen lo que les sucede, que no lloren a no pidan ayuda a gritos no quiere decir que no tienen problemas, miedos, ansiedades o preocupaciones. Es aquí donde es muy importante aprender a leer entre líneas, sus silencios, sus actitudes. Con los niños muchas veces los problemas no se ven venir, no se ve el humo previo antes del estallido del volcán y esta es otra de las razones por las cuales es de suprema importancia el acercamiento de los padres a los hijos. Cómo mamás sabemos que siempre vamos a estar ahí, pero no hemos pasado por lo que ellos pasan, no hemos sido niños.
Podemos ofrecer nuestra comprensión, nuestra paciencia y nuestra mente abierta, pero solo el padre podrá establecer el escenario adecuado para que exista esa identificación a nivel emocional. Si salen de su boca frases como: “sé lo que estar mal y no querer demostrarlo”, “sé lo que es que no te guste el fútbol cuando es el deporte más popular”, “sé lo que es que no te gusten los juegos bruscos”, tienen mucho más sentido y credibilidad que si somos nosotras quienes queremos entrar en ese terreno, pues lo cierto es que hemos sido nietas, hijas, hermanas, esposas y madres, pero no, no hemos sido niños.
Para ayudar a que nuestros niños puedan tener un desarrollo emocional más libre y extenso es importante mostrarles es camino, pero de una manera auténtica. Lo que se diga y lo que se transmite debe ser real. Los niños ven más allá de las palabras, leen entrelíneas y son unos detectores infalibles de aquello que no es auténtico.
Fuente
Bermúdez, Paola. Masculinidad y Emocionalidad: ampliando horizontes. En: Revista Edu.co. No. 14 (noviembre, 2013); p.42. ISSN 2145 7328
Redacción RevistaEdu.co